En un pueblo donde todos eran superticiosos, el cura decide organizar un torneo de fútbol. El problema surge cuando el equipo local insiste en jugar el partido solo si todas las puertas se abren con el pie derecho y la pelota es lanzada al campo por un gato negro. El árbitro, confundido, pregunta: «¿Y eso por qué?», a lo que el capitán responde: «¡Es que nuestros goles vienen con un toque de suerte felina y buenos augurios!». El árbitro estornuda y, entre risas, añade: «¡Vale, pero el primero que rompa un espejo, directamente en el banquillo!».