Un hombre supersticioso, temeroso del mal de ojo, decidió poner tantas patas de conejo y herraduras en su hogar que casi lo confunden con un granero. Un día, su amigo le dijo: «Oye, si sigues así, hasta los caballos te van a pedir posada». El hombre respondió: «¡Bueno, mientras no venga un conejo con un palo, estoy seguro!»